La cultura como acto político

Una de las ideas que, desde que leí en El amanecer de todo de Graeber y Wengrow, ha vuelto una y otra vez a mi cabeza es la de que la cultura es un acto político, y las implicaciones que ello tiene.

En su último ensayo, La cuerda de las generaciones, el antropólogo Tim Ingold señala cómo tendemos a considerar la cultura, y en particular la tradición, en términos de patrimonio. ¿Qué es patrimonio?

En sentido literal, un patrimonio es una herencia, un legado que una generación traslada, completamente formado e intacto, a la siguiente.

Dicho de otro modo, concebimos la cultura como una cosa (o conjunto de cosas) estática. De hecho, su “autenticidad” se mide por su imperturbabilidad. Tradición e innovación nos parecen términos antónimos, porque lo tradicional es lo fijo, lo que se mantiene tal y como está. En consecuencia, transformar la tradición vendría a ser un oxímoron: si cambias la tradición, deja de ser tradicional y pasa a ser otra cosa.

En consecuencia, la tradición solo puede ser conservadora y la cultura debe ser conservada bajo la forma del archivo, donde los “rasgos culturales” se convierten en objetos que coleccionar en estanterías.

Así pues, ¿qué tiene que suceder para que la vida se convierta en patrimonio? Esto equivale a convertir a las personas en propiedades, los afectos en efectos, los hogares en casas, los lugares en tierras y las conversaciones en texto.

Sobre el impacto de esta concepción de la cultura y de la tradición sobre los pueblos colonizados reflexiona Tyson Yunkaporta en su ensayo Escrito en la arena:

Nuestro conocimiento solo se valora si está fosilizado, mientras que nuestras costumbres y patrones de pensamiento en evolución se consideran con desagrado y escepticismo. […] Así que el reciente requisito de «autenticidad» que exige acreditar una tradición cultural ininterrumpida que se remonte hasta el origen de los tiempos es una exigencia impuesta que a la mayoría nos resulta difícil cumplir, pues lo cierto es que tenemos afiliaciones con múltiples grupos […].

Otro ejemplo muy claro, y muy presente en debates actuales, es el de la lengua. Instituciones como la Real Academia Española surgen para “preservar” el “buen uso” de la lengua. Dicho “buen uso” es concebido como el mantenimiento del patrimonio lingüístico en términos conservadores. Bajo esta lógica, decir “buenos días a todes” es un mal uso de la lengua no porque el interlocutor no pueda entender lo que estás diciendo, sino porque estás atentando contra el patrimonio lingüístico. Bajo esta lógica, no importa que la realidad social demande modificar algunas reglas gramaticales para poder ajustarse a normas pragmáticas fundamentales de la comunicación como la adecuación, porque lo realmente importante es seguir las reglas del archivo.

Sin embargo, afirma también Ingold, la realidad social no es una entidad, sino un proceso.

En El amanecer de todo, Graeber y Wengrow sostienen la hipótesis de la esquizogénesis, término originalmente acuñado por Gregory Bateson. La idea es la siguiente:

Imaginemos a dos personas discutiendo acerca de un desacuerdo político menor, pero que, tras una hora, se posicionan de un modo tan intransigente que se acaban encontrando en lados totalmente opuestos de una división ideológica (incluso abrazando posiciones extremas que nunca aceptarían en circunstancias ordinarias) solo para mostrar cuán totalmente rechazan los argumentos del otro. […]

A Bateson le interesaban los procesos psicológicos en el seno de las sociedades, pero hay razones para sospechar que algo similar ocurre también entre sociedades. Los pueblos acaban definiéndose por oposición a sus vecinos. Es así que los urbanitas se vuelven más urbanos, y que los bárbaros se vuelven más bárbaros. Si se puede decir que existe algo como el «carácter nacional», solo puede ser a través de procesos esquizogénicos: los ingleses intentando ser cuanto menos franceses mejor; los franceses, cuanto menos alemanes mejor, etcétera. Si no más, todos exagerarán sus diferencias al discutir entre sí.

A lo largo de su ambiciosa obra, los autores aplican esta hipótesis para comprender fenómenos como las intensas diferencias entre los pueblos originarios del norte de la actual California (los yurok) y de la Costa Noroeste (entre los cuales, los kwakiutl). Entre los yurok, a los hombres ricos “se los exhortaba a abstenerse de todo tipo de placer: comida, gratificación sexual, juegos o pereza”, mientras que los kwakiutl se hicieron famosos entre los etnólogos por los banquetes del potlach, con los que los nobles hacían gala y ostentación de su riqueza a través del regalo.

La diferencia decisiva, para los autores, está en el hecho de que los pueblos de la Costa Noroeste poseían esclavos, institución inexistente entre los yurok. Siguiendo el registro arqueológico y lingüístico, los indicios apuntan a que muchos grupos descendieron hacia el sur desde la Costa Noroeste, cuando la esclavitud se encontraba en su apogeo, y sin embargo más adelante dejó de haber rastro alguno de esclavitud en su organización social. La conclusión de los autores, conforme a la hipótesis de la esquizogénesis, es la siguiente:

La fábula/advertencia de los chetco acerca de los wogie ofrece más indicadores. Sugiere que las poblaciones directamente adyacentes a la zona de dispersión californiana eran conscientes de sus vecinos septentrionales y los veían como guerreros dispuestos a una vida de lujos basada en explotar la mano de obra de aquellos a quienes subyugaban. Implica que reconocían esta explotación como una posibilidad en sus propias sociedades, pero la rechazaban, dado que tener esclavos atentaría contra importantes valores sociales (se volverían «perezosos y gordos»). Si miramos hacia el sur, hacia la zona de dispersión californiana hallamos pruebas de que, en muchas áreas claves de la vida social, los forrajeadores de esta región estaban construyendo sus comunidades, de un modo muy esquizogénico, como una especie de imagen especular, una inversión consciente de las de la Costa Noroeste.

El concepto de cultura tal y como lo conocemos surge hace muy poco, apenas dos o tres siglos, en el contexto alemán y estrechamente vinculado al emerger de los nacionalismos. Así, es concebida como un patrimonio ancestral, que vincula un pueblo, una lengua, una tierra y una cultura de forma esencial y a lo largo de los siglos de los siglos.

En consecuencia —y esto es algo que por desgracia los antropólogos han promovido—, concebimos la cultura y la política como algo claramente distinto y diferenciable. La política se juega en el aquí y ahora, mirando hacia el futuro, y en ella intervienen las decisiones conscientes de las personas; en cambio, la cultura tiene que ver con el pasado que nos ha sido legado en virtud del lugar en que hemos nacido y sobre ello no podemos elegir gran cosa. Es lo que nos permite creer que somos, por ejemplo, españoles, y que también lo eran quienes vivían en estas mismas tierras hace tres siglos, aunque viviéramos en regímenes sociales y políticos completamente diferentes. Nos une la continuidad de ser un pueblo.

La realidad es que los pueblos humanos migran desde que la humanidad misma existe. De la mano, los pueblos humanos se asocian y desintegran, se unifican y también se escinden y fundan nuevos pueblos. Las culturas no vienen dadas, ya empaquetadas, y si cambian no es porque una suerte de ley de la naturaleza así lo decrete, sino porque, en última instancia, las personas tomamos decisiones. Y cuando tomamos decisiones de forma colectiva y las mantenemos activamente a lo largo del tiempo, dichas decisiones acaban cristalizando y sedimentándose en lo que conocemos como rasgos culturales. Pero, en origen —y esto es lo que me parece tan relevante e iluminador—, son producto de decisiones colectivas; es decir, como anunciaba al inicio: las culturas proceden de actos políticos y se reproducen o transforman políticamente.

En la novela Walkaway. La vida por defecto de Cory Doctorow, ambientada en un futuro más o menos cercano y distópico, toda una serie de personas deciden de forma individual y a veces en pequeños grupos simplemente marcharse, abandonar esa sociedad terrible e injusta y vivir de otra manera. Lo mismo que harían, imaginamos, los que se marchan de Omelas, en el relato de Ursula K. Le Guin[1], en el que sin duda se inspiró. Y una vez que se marcharon y empezaron a vivir de otra forma colectivamente, sabiéndolo o sin saberlo, estaban fundando nuevas culturas. Ocurre también en Anarres, el planeta de Los desposeídos, también de Le Guin, que esquizogénicamente se diferencia de la cultura su planeta hermano Urras.

Todo ello nos debería hacer replantearnos muchas cosas. Por ejemplo, la idea persistente de que la tradición que cambia ya no es tradición y que la tradición auténtica es la que se mantiene inmutable respecto a los cambios de su entorno. O la identificación de lo antiguo y ancestral con lo puro e inmutable y, a su vez, con lo auténtico.

También nos invita a repensar totalmente la idea de “fomentar la cultura” que promueven los Estados, que se refiere a conservar y legar el patrimonio como herencia o, a lo sumo, a la innovación domesticada. Y es que otra de las tesis de El amanecer de todo es que la libertad tiene tres facetas fundamentales para la fundación de nuevas culturas: libertad de movimiento, libertad de desobedecer y libertad de crear o transformar relaciones sociales. ¡Y los Estados se basan en la restricción de las tres!

Mientras tanto, en cualquier caso, las personas que nos organizamos colectivamente desde abajo constituimos, de manera más o menos consciente, auténticos laboratorios contra-culturales, pequeños gérmenes esquizogénicos. Lo que cultivamos no dejan de ser pequeñas semillas y brotes, incluso algún huerto remoto, aunque quisiéramos poder plantarlos en la tierra y que llegasen a regenerarla con nuevos y amplios espacios verdes. Quisiéramos marcharnos de Omelas, pero la libertad de movimiento requiere, entre otras cosas, tener otro sitio al que poder ir y en el que poder empezar de nuevo. No tenemos eso, pero me parece que recordar el carácter político, activo y procesual de la cultura puede ser colectivamente empoderante: cultura no es algo que recibimos, cultura es algo que hacemos —y que podemos deshacer, rehacer, discutir y consensuar en común—.

Obras citadas


  1. Te lo recomiendo mucho, por cierto. Puedes leerlo en pdf aquí: https://bibliotecalarevoltosa.wordpress.com/wp-content/uploads/2010/09/maquetacic3b3n-completa.pdf ↩︎